jueves, septiembre 21, 2006

Quisimos creerlo, es decir, lo creímos

Si atravesar el cuello del útero materno no fue algo consciente, diría que tampoco palmarla será cosa de esta conciencia que escribe. El ser como conciencia resultó la identificación más nociva para el cuerpo y el aliento. Dimos crédito al postulado de René (pienso, luego existo), quien lo heredó del pensamiento cristiano. Pero, más allá de las coordenadas culturales e históricas, quisimos creerlo, es decir, lo creímos.
Durante lo que era un apacible trayecto en tren, sobreviene de repente el pensamiento del propio no-ser. La conciencia se retuerce de angustia. Profunda y conscientemente respira todo el egoísmo que pudiera contener el vagón. El miedo se neutraliza. Sospecha, sin embargo, que las paredes le quedarán pringadas de una sustancia color rojo negruzco. Mira a su alrededor y, con una mueca burlona, saluda al viajero de enfrente.

sábado, septiembre 02, 2006

Una vez tuve un acérrimo deseo, del sabor del ajo: poner cuatro palabras bien curvas. En un papel puse los garabatos a alguien —a él, a tú, a yo, ¡a cuál más oscuro! Y, como aquello que tropiezas con la piedra: me embelesó el arábigo dibujo de las letras.

De suerte que habría de olvidarlas constantemente, así, de un vil manotazo. Como es notado, este desbocamiento de mí con las palabras es sin principio ni fin y además estéril. Infértil en historias noveladas o tempos largos (que fueron los más difíciles de interpretar musicalmente, con instrumento de viento o de tecla). Este quitarse el vestido de mí ante las palabras es segregante de jugos pringosos e indigestos como el que ahora degusta. Inasible de la parte de allá, ni por unos pocos bombeos sanguíneos. Aparte del taciturno meta-texto entre ellas y yo —que dice verdad y al tiempo es el más recio—: poco más.
¿Cabría cosa distinta en la curvilínea trama?